EUGENIA: ...pero profundicemos, os lo ruego, sobre esa falsedad que aconsejáis practicar a las mujeres: ¿Creéis que es una materia esencial para desenvolverse en el mundo?
DOLMANCÉ: Sin duda no conozco otra cosa que sea tan necesaria en la vida. Hay una verdad muy cierta que os probará cuán indispensable es la falsedad: todo el mundo recurre a ella. Os pregunto, de acuerdo con esto, ¿cómo no va a fracasar siempre el individuo que es sincero, si está inmerso en una sociedad falsa?
Ahora bien, si es verdad, como pretenden, que las virtudes sean de alguna utilidad en la vida social, ¿cómo queréis que aquél que no tenga la voluntad, ni el poder, ni tampoco el don de ninguna virtud -lo que le ocurre a muchos-, ¿cómo queréis, decía, que un ser tan desprovisto de medios no se vea obligado a fingir para obtener a su vez un poco de esa porción de felicidad que sus competidores le arrebatan? Y, de hecho, ¿es realmente la virtud, o su apariencia, lo que es verdaderamente necesario para el hombre en sociedad? No dudemos de que solo con la apariencia le basta: el que la posee ya tiene todo lo que necesita. Desde el momento en que viviendo en sociedad no hacemos otra cosa que rozarnos con los hombres, ¿no alcanza acaso con mostrarnos la corteza? Convenzámonos de que la práctica de la virtud sólo es útil para quién la posee: los demás sacamos tan poco provecho de ello que, con tal de que aquel con quién debamos vivir nos parezca virtuoso, nos da igual que lo sea efectivamente o no.
Por otra parte, la falsedad es el medio más seguro para tener éxito; el que la ejerce necesariamente se impone a aquel con quien comercia o que tiene alguna relación con él: aturdido con falsas apariencias, lo persuade; desde ese momento, puede decirse que ha triunfado. Si advierto que me han engañado, sólo debo reprochármelo a mí mismo, y mi sobornador habrá ganado terreno tanto más cuanto que, por orgullo, no me quejaré; el dominio que ejerza sobre mí será cada vez más notorio; tendrá razón mientras que yo me habré equivocado; él progresará a la vez que yo no seré nadie; él se enriquecerá y yo estaré en la ruina; siendo, en fin, superior a mí, pronto seducirá a la opinión pública; una vez en esa posición, lo acusaré, pero no me escucharán.
Entreguémonos siempre, pues, sin remordimientos, a la mas insigne falsedad; considerémosla como la llave de todas las gracias, de todos los favores, de todas las reputaciones, de todas las riquezas, y ahoguemos tranquilamente la penilla de haber engañado para alcanzar el excitante placer de ser un bribón.
Del libro "Filosofía en el tocador"
Marqués de Sade, 1795
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